Durante los últimos 60 días no ha cesado la llegada de migrantes a la frontera entre el venezolano estado Táchira y el departamento colombiano de Norte de Santander. Centenares de ellos, hay días en que más de mil, han ido quedando atrapados, dependiendo de la voluntad del gobierno de Nicolás Maduro, que regula la cantidad de connacionales que pueden entrar a su propio país.
Cinco de estos ciudadanos varados fueron Marta y José junto a sus tres hijos. Desde hace casi un año y medio estaban viviendo en Perú, todo iba viento en popa, pero la pandemia empezó a devastarlos económicamente. Los dos se quedaron sin trabajo y empezaron a consumir sus ahorros, no aguantaron. El 27 de abril decidieron regresar a Venezuela, sin contar con el apoyo de nadie, solo sus pies y la solidaridad de escasas personas que los ayudaron a movilizarse a lo largo de las carreteras vacías y las peligrosas trochas que tuvieron que atravesar. El sábado 30 de mayo, antes de que cayera el sol, llegaron a la última frontera que los separa de su tierra nativa, pero ahí quedaron inmovilizados.
“Necesitamos entrar a Venezuela, no queremos pasar por trochas, estamos tratando de proteger a los niños, pero aquí también se sienten los riesgos, que no es de que te roben, te caigan a tiros o pases más necesidad como cuando veníamos caminando. Pero en esta espera también siento que expongo a mis hijos, ayer le golpearon la cabeza a mi niña, cuando estábamos esperando para ver si nos podíamos montar en los camiones para pasar a Venezuela. Siento que es el mismo peligro, pero lo que tratamos es de llegar vivos”, narra Marta mientras se mueve de lugar porque se acercan los oficiales de la Policía Nacional, quienes también han desplegado en las zonas aledañas al puente Simón Bolívar a un buen número de agentes de los Escuadrones Móviles Antidisturbios (Esmad).
El percance que relata Marta sucedió el martes 2 de junio, a eso de las 9 de la mañana. Se acercó primero un camión, y lograron montarse pocas decenas de personas en medio de un forcejeo difícil, luego llegó otro vehículo, y se repitió la intrincada operación.
Bebés llorando y mujeres embarazadas exhaustas tensionaban la desesperación de los migrantes, quienes intentaban desbordar los controles de las fuerzas de seguridad para tratar de subir y así pasar ese día hacia Venezuela. Mientras tanto, la Policía insistía en explicar a viva voz que el paso limitado no era responsabilidad de ellos, sino de Venezuela, que ahora sólo permite el ingreso los días lunes, miércoles y viernes, en grupos que no superen las 300 personas.
Ese día, Marta y su familia no lo lograron, en medio de su frustración, dibujó en su mente como “un sueño”, el derecho y la necesidad de retornar a su país.
La Policía y funcionarios del Esmad vigilan que no se formen desórdenes. @FRANCISCO RODRÍGUEZ. A Yulennis le urge regresar, no cuenta con dinero para seguir manteniéndose en Colombia @FRANCISCO RODRÍGUEZ
¿Cómo es el área de espera?
En las inmediaciones de La Parada, municipio Villa del Rosario del departamento Norte de Santander, pocos metros antes de poder pasar hacia el puente Simón Bolívar, deben pernoctar los venezolanos que quieren retornar a su país. Los que cuentan con suerte esperan dos días o cuatro, aproximadamente. En esta autopista internacional hay dos carriles, cuyo último retorno marca los límites de las vallas blancas identificadas por Migración Colombia. Una vez los migrantes traspasan estas rejas de metal saben que ya están un paso más cerca de su país.
Si bien el par de calles son amplias y están separadas por una isla de tierra y unos cuantos árboles, no tienen nada que ver con un sitio idóneo para la espera. A los lados de las vías se disponen los migrantes con todas sus pertenencias apretadas en sacos, con ese viacrucis que les tocó luchar por fuera de su tierra y que, tal vez, mucho ayudara ahora que se ven obligados a regresar por el empeoramiento de la situación económica en que los ha sumido la pandemia.
El área es predominantemente comercial, abundan las llamadas casas de cambios y mercados de alimentos, también hay algunas casas residenciales, a una de estas ha acudido Marta para poder bañarse junto a sus niños. “Yo un día me baño y otro no, pago cuando puedo, cuando no, les pido el favor, y me lo hacen. Ahí también pido agua, y cuando puedo, les doy algo de lo que puedo recolectar, sea de lo que me manden o lo que me regalen. Es fuerte, para el que no tiene nada, porque tiene que quedarse con las manos cruzadas y sin bañarse”, narra con angustia.
La aglomeración es inevitable allí, sobre todo porque el sol es inclemente, y tienen que improvisar algo parecido a unas carpas rudimentarias, con sacos y sábanas amarradas a palos. Pero la brisa riparia suele ser avasallante, y para que no vuelen las telas por los cielos hay que sostenerlas con lo que se encuentre, incluso, con piedras como la que rozó el pie del esposo de Marta al caer desde “el techo” sorprendiéndolo mientras dormía en una de las madrugadas.
Durante dos noches llovió, y sus cubiertas se mojaron, dejándolos en desamparo. “No hay donde meternos como tal, y en los sitios donde hay techitos no se puede meter uno tanto porque llegan a sacarnos, muchas personas han dejado sucios esos lugares antes, y por eso se complica todo”, completa el migrante.
Migrantes muestran el número que les da derecho a estar en la fila. @PAOLA RODRÍGUEZ La disputa por un lugar en el camión complicaba mantener el orden. @PAOLA RODRÍGUEZ
El miércoles 3 de junio antes de las 7 de la mañana, ya Marta estaba ubicada en el segundo lugar de la fila que le permitiría pasar hacia el puente. “Yo no defiendo mi puesto tanto por mí, si anduviera sola yo espero y hasta brinco o hago lo que sea necesario, pero con niños no lo veo fácil, me da miedo, temo que le hagan algo a mis hijos –como en el percance relatado anteriormente-, porque otras personas quieren pasar por encima de nosotros”, dice la mujer.
Marta y todos los de esta fila contaban con un número que les entregó la Policía durante los días anteriores: “Nos lo dieron muy decentemente, y hasta nos anotaron en un listado, eso fue el sábado. El problema es que no hubo un organizador que llevara un control como tal. Tenemos los números, pero no llega nadie a organizarnos, entonces se desordena todo, y aparecen personas que quieren colearse”, advierte la venezolana. Por ello, muchos expresaban su necesidad de que alguna de las autoridades tomara el control de la organización de la fila, porque los ánimos se exasperaban.
La desesperación se incrementa durante todos estos días de espera porque no han contado con ayudas alimentarias fijas, “solo personas cristianas que han llegado a darnos comida, pero más para los niños y las mujeres, los hombres no tienen opción a comer como tal, porque son muchos niños y muchas mujeres. Entonces, ellos tienen que aguantar hambre”, asegura Marta.
En medio del tumulto, aparece Rafael, un hombre de voz gruesa, cuyas canas infunden respeto. Tiene 58 años y se ha acercado para decir: “necesitamos orden, pero sin maltrato, porque somos humanos, tenemos niños, venimos cansados, muchos llegamos hasta aquí a pie”. Él tiene que salir cada vez que puede a rebuscarse en el centro de Cúcuta, o a cargar las maletas de quienes deciden irse por trochas, así resuelve “el día a día, porque a veces, viene una camionetica y reparte algo de comida, pero no alcanza para todos”.
Relata que tiene nueve días de espera, sufre una cardiopatía y también tuvo bronquitis recientemente, aunque asegura estar mejor. Viene desde la ciudad de Esmeraldas, Ecuador, y todo el trayecto lo realizaron a pie y en aventones, junto a sus dos hijas y sus dos nietas.
El destino objetivo de Rafael y su familia es su casa en la Isla de Margarita, estado Nueva Esparta. Se vio obligado a retornar para acompañar a sus hijas, quienes se quedaron sin trabajo en medio de la pandemia. Él no podía dejarlas solas en esta travesía, tiene pensado dejarlas resguardadas en su hogar y regresar de nuevo al país de la mitad del mundo, porque siente que en Venezuela no va a poder sostenerse económicamente.
De pronto, por fin, ha llegado el momento. La Policía se acerca y en esta oportunidad sí asumió el orden y control. Uno de los agentes mueve una de las vallas blancas, e inmediatamente, empezaron a entrar en fila india. Cesó esta fase de la espera en suelo neogranadino para Marta y su familia, así como para Rafael y sus hijas.
Para cuidar un lugar en la fila no es posible mantener distanciamiento físico. @PAOLA RODRÍGUEZ
Según lo relatado por los migrantes venezolanos, ya sobre el puente Simón Bolívar todavía del lado colombiano, les piden algunos datos personales, así como información sobre el país de procedencia y tiempo de estadía, descripción del núcleo familiar que los acompaña y ciudad venezolana de destino. También monitorizan la temperatura corporal, y les entregan un kit de alimentos.
Debajo de un árbol estaba observando Yulennis, con una juguetona bebé en sus brazos. La madre es oriunda de Barinas, estado llanero de Venezuela. Migró a principios de este año y vivía en el corregimiento de San Faustino, del departamento Norte de Santander.
“Quiero regresar por el maltrato hacia mí y hacia mis tres niños: uno de ocho, otro de cinco años y la bebé de ocho meses, pensé que al llegar aquí a La Parada, íbamos a poder pasar de una vez hacia nuestro país. Tengo a la niña quemada por el sol, hemos esperado mucho, ayer ya no teníamos para comer y le estaba diciendo eso a mi esposo, cuando una muchacha de buen corazón llamó a mi hijo y le dio pollo con papas y arepitas. Solo con fe en Dios es posible soportar esto, porque no es fácil”, cuenta Yulennis con lágrimas en los ojos.
Su historia se repite cientos de veces, también debe dormir a la intemperie junto a sus hijos, y “con lo poco que logramos conseguir de dinero, compramos pancitos, y la gente de buen corazón que nos da comida”, agradece.
A Yulennis también le preocupa el cuidado de sus hijos en medio de la pandemia en esta zona al aire libre.“Hay tantos niños sin tapabocas, todos se tocan, y por ejemplo, si a mí viene alguien a ofrecerme un pan, cómo le digo que no, si estoy necesitada, mi hijo necesita ese pan, yo lo recibo y que sea la misericordia de Dios”, dice.
Mesa binacional
El secretario de Fronteras y Cooperación Internacional de Norte de Santander, Víctor Bautista, considera que esta situación tiene una dimensión de influencia nacional, en la medida en que involucra a autoridades tanto departamentales como municipales.
Bautista explica que en los últimos días, los albergues dentro de los que Venezuela dispone a sus ciudadanos, “se han ido quedando pequeños en la medida en que el flujo migratorio ha aumentado”. Esta es la información que se maneja en las inmediaciones de una instancia formal: la mesa de la covid-19, espacio de trabajo binacional al cual el funcionario se refiere con respeto por la intención de voluntades políticas y humanitarias que ha logrado reunir.
“La mesa de la covid-19 está integrada por el director del Instituto Departamental de Salud de Norte de Santander, la coordinación del comité regulador de urgencias de Norte de Santander, la delegada de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) en Norte de Santander, allí estoy yo como delegado del gobernador, y en algunos casos, si es necesario, asisten directores de hospitales o entidades sanitarias de la región, eso es de parte de Colombia. De parte de Venezuela, está la dirección de Corpotáchira (entidad homóloga del IDS), la autoridad sectorial de salud de la Gobernación del Táchira, los asesores de la OPS en Venezuela presentes en el estado Táchira, y algunas figuras de delegación nacional de Caracas que tienen manejo del Covid-19”, puntualiza el funcionario.
Bautista se refiere a un día crítico de finales de mayo, en el que se acumularon más de mil migrantes, “y con las dificultades propias de la prevención sanitaria”, agrega. De allí la implementación como “solución transitoria” del traslado a albergues, pero la llegada de venezolanos queriendo volver a su tierra no para, para el viernes 5 de junio a las 3 de la tarde ya habían mucho más de 400 acumulados en el área.
Desde la dirección del Servicio Jesuita a Refugiados (SJR) en América Latina y el Caribe, habla Oscar Calderón, quien estuvo al frente de la región de Norte de Santander dentro de esta misma organización.
“Las capacidades están al límite porque nadie se imaginaba que en un escenario de pandemia y crisis sanitaria tuviésemos un retorno de estas dimensiones que, en comparación con las cifras de los venezolanos que han salido, sigue siendo marginal. Sin embargo, el haber superado la barrera de las 50.000, 60.000 personas es ya una alarma, entendiendo, además, que hay un alto subregistro de gente que está cruzando por las fronteras”, sostiene.
Sobre la mesa binacional de la covid-19, Calderón señala que “hace falta mucho más”. Incluso, coincide con el secretario Bautista sobre la urgente necesidad de “sincerar” las posiciones de los países implicados.
Asimismo, hace un llamado a los gobiernos para apartarse de la instrumentalización política de los migrantes y refugiados venezolanos. Por ejemplo, “decir que quienes vuelven a Venezuela son una estrategia para llevar la covid-19 a ese país está muy alejado de la realidad, y además esconde una situación mucho más dramática, que ya hemos vivido en otras fronteras de América Latina: la restricción de acceso a los connacionales a su propio territorio”.
Desde Venezuela, el director del Centro de Estudios de Fronteras e Integración (CEFI) de la Universidad de Los Andes, Francisco Sánchez, señala que la restricción, “que es una prohibición de hecho, del ingreso de venezolanos a su país, es una medida inconstitucional, por cuanto el art. 50 de la Constitución de Venezuela establece que toda persona puede ausentarse y volver al país, sin mayores restricciones que las señaladas en la ley (típicamente, hacer trámites de migración cuando fuere necesario). Adicionalmente, los venezolanos no necesitan autorización alguna para ingresar al país”.
El abogado e internacionalista reitera que, incluso, en medio de la pandemia de Covid-19, Venezuela debería permitir la entrada a todo venezolano. Aclara que, “hay discusión sobre si se podría decretar una restricción de ese derecho vía decreto de estado de alarma, señalando muy claramente las medidas a tomar, pero no se ha hecho de esta manera”.
En este sentido, resulta pertinente la recomendación de Sánchez, también investigador venezolano, al apuntar que “lo que tiene que hacer el Estado venezolano es desarrollar e implementar una política adecuada con un plan de contingencia con las debidas medidas de bioseguridad y con asistencia en alojamientos adecuados para dormir, para el aseo personal, entre otras, así como de alimentación, sobre todo si se tiene en cuenta que estas son personas extremadamente vulnerables. El Estado, se insiste, debe recibir a todos los venezolanos que pretenden retornar en la medida en que lleguen al límite internacional, es su derecho”.
Colombia facilita el paso de migrantes conforme Venezuela lo permite. @FRANCISCO RODRÍGUE
Por: Paola Rodríguez @rodriguezgafaro