El relato de un migrante venezolano desplazado por el conflicto armado en el Catatumbo

Migrante venezolano que vivía en el Catatumbo y llegó a Cúcuta
Fotografía: Colprensa - Catalina Olaya

No solo los colombianos han tenido que escapar del conflicto armado en el Catatumbo, venezolanos como Jesús Gil, que encontraron en Colombia un nuevo comienzo, también hacen parte de los desplazados.

Por: Viviana López

Faltaban cinco minutos para el mediodía, el sol caía sin piedad sobre la fila de personas que esperaban con impaciencia que abriesen las puertas del estadio General Santander de Cúcuta. Algunos miraban con curiosidad el andar de quienes pasaban frente a ellos, otros revisaban el piso con la mirada fija en un punto como cuando pasan mil pensamientos por la mente, y otros conversaban sobre el clima, su razón de estar ahí y el dolor que sentían tras perderlo todo.

Jesús Gil hacía parte de los que estaban dialogando en la fila, su atención estaba completamente depositada en una mujer mayor que le contaba su historia. Por eso, cuando llegó su turno de narrar qué lo llevó a abandonar lo que durante años construyó, inició su relato con algo de timidez.

“Me fui de Venezuela y llegué al Catatumbo, a Pacelli, siendo menor de edad, pensando que era la mejor opción pues no tenía documentación legal, y atravesando por circunstancias económicas complejas. Sin embargo, en ese tiempo, la gente no quería darnos trabajo por nuestra nacionalidad”, comenzó tras una risa nerviosa.

En esa época, cuando tenía tan solo 16 años, su motivación para trasladarse a Colombia y buscar un mejor futuro, fue la necesidad. Su madre había fallecido, no tenía ningún apoyo familiar, y tampoco podía plantearse continuar con sus estudios, por lo que, aunque era un niño, su prioridad se convirtió conseguir el dinero del día que le permitiera mantenerse. La dificultad en ese plan era que no le daban trabajos con el argumento de que los “venezolanos eran muy flojos”.

“Tenía unos ahorritos que me ayudaron a mantenerme mientras buscaba empleo, y que fui usando de a poquito, y también llegué a una casita donde una señora me cobraba $25.000 al mes, bastante poco, y que además me prestaba su cocina para que yo preparara mis alimentos. Así fue como me independicé”, señaló.

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A este punto, tanto su voz, como su relato tomaron fuerza, quizás porque se sentía más confiado o porque experimentaba orgullo recordando lo que había logrado el niño que fue a los 16 años, quien en medio de tantas dificultades y sin contar con nadie más que sí mismo, consiguió salir adelante.

Finalmente, encontró un trabajo en algo que según él es muy común allá y para lo que siempre hay vacantes disponibles: raspar coca. Eso sí, aunque tenía la energía, no contaba con el dinero para comprar los materiales necesarios, por lo que le tocó iniciar “a mano limpia”.

El relato de un migrante venezolano desplazado por el conflicto armado en el Catatumbo
El relato de un migrante venezolano desplazado por el conflicto armado en el Catatumbo Faltaban cinco minutos para el mediodía, el sol caía sin piedad sobre la fila de personas que esperaban con impaciencia que abriesen las puertas del estadio General Santander de Cúcuta. Algunos miraban con curiosidad el andar de quienes pasaban frente a ellos, otros revisaban el piso con la mirada fija en un punto como cuando pasan mil pensamientos por la mente, y otros conversaban sobre el clima, su razón de estar ahí y el dolor que sentían tras perderlo todo.

“Trabajé una semana así con los dedos y las manos reventadas”, comentaba mientras revisaba sus manos, como buscando cicatrices que evidenciaran su relato. “La condición era que si trabajaba tenía que hacerme tan siquiera doce kilos a mediodía para la comida, que se le llama así a la meta, sino cumplía no me daban alimentación”, detalló.

Logró cumplir con el objetivo y lo sobrepasó, por lo que, quien realizaba el control de lo que recolectaba le consiguió los materiales para que pudiese seguir trabajando sin causarse heridas. Se quedó ahí un tiempo.

Sin embargo, su proyecto no incluía mantenerse ahí, así que apenas reunió cierta cantidad de dinero, decidió que había llegado el momento de partir y buscar nuevos horizontes que le permitiesen alcanzar las aspiraciones que tenía, lo que lo llevó a El Tarra, y después a Convención, donde lo acogieron en una finca y le enseñaron a trabajar en el campo.

“Después de un tiempo ahí y con mi economía más organizada me fui para San Pablo (un corregimiento de Teorama, Norte de Santander), un lugar que me permitió ser independiente, pensar en tener un negocio, y formar un hogar con mi pareja”, señaló.

Aunque tenía todo planeado, se enfrentó nuevamente a la angustia de tener que pensar en desplazarse a otro territorio, pues el conflicto armado de esa zona era un riesgo para él, su esposa y el bebé que llegaría en pocos meses. Pero eso no lo detuvo, no había tiempo para lamentarse, solo quedaba trabajar mucho.

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Como en cada nuevo inicio, su persistencia les permitió salir adelante, esta vez abriendo una tienda que poco a poco y con mucho esfuerzo fueron agrandando. Jesús sonreía mientras tomaba agua de una botella que le habían ofrecido, y que en medio del calor y después de horas de estar de pie, representaba un alivio.  

Pero, como una sombra que lo sigue, el 16 de enero de 2025, tras pocos días de darle la bienvenida al año nuevo, tuvo que enfrentarse otra vez a la guerra. Esta vez, sus ojos, siempre muy expresivos gracias a unas abundantes pestañas que los enmarcan, cambiaron al recordar como después de todo lo logrado tuvo que huir nuevamente con su familia por los enfrentamientos entre el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y las disidencias de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

La mayor parte del Catatumbo, o ‘casa del trueno’ en lengua barí, está ubicado al nororiente de Norte de Santander, en Colombia, una región rica en biodiversidad, climas y recursos naturales. Durante décadas, esta zona ha estado marcada por el conflicto armado debido a la presencia de actores armados como el ELN, las FARC, el Ejército Popular de Liberación (EPL), los paramilitares, entre otros, quienes la codician por su estratégica ubicación y la débil presencia estatal.

En este nuevo capítulo del conflicto, la violencia se ha extendido a gran parte de los municipios de la región, y hasta el momento ha dejado un saldo de 80 asesinatos, según la Gobernación de Norte de Santander.

“Cuando nos dimos cuenta yo iba por la carretera en la moto y me dijeron que no me metiera porque se estaban dando plomo ahí en San Pablo. Pensé en ir a Convención, y me dijeron que eso estaba muy caliente entonces que iban a cerrar todo. La única opción que me quedaba era coger trocha, sin plata, con dos mudas de ropa para cada uno, y nada más”, resaltó Jesús con un tono de resignación.

Aunque no era la mejor alternativa, era la única viable, pues se enteró de que “habían atacado a la Policía por la vía de Ocaña, entonces estaba muy peligroso salir uno por ahí”, comentó.

El miércoles 22 de enero, cuando finalmente consiguió el dinero para llegar a Cúcuta, asistió con su esposa al estadio después de escuchar, gracias al voz a voz, que estaban brindando diversos servicios a los desplazados del Catatumbo.

Al 22 de enero la Defensoría del Pueblo registró 36.139 personas desplazadas en todo Norte de Santander. Solo a Cúcuta han llegado 18.200 personas, según informó el alcalde la ciudad, Jorge Acevedo.

Sobre si ha pensado en regresar a Venezuela, rápidamente contestó entre risas que no, no es una posibilidad, “¿qué voy hacer yo allá? La situación acá está difícil, pero en mi país todo está mucho peor. Prefiero quedarme y aguantar un poquito más”, detalló.

Jesús mantiene viva la esperanza de que todo se solucione para así poder regresar pronto a su cotidianidad antes del conflicto, no obstante, como en cada paso que ha dado en su vida, tiene un plan B:

“Si esto se demora, quiero al menos poder recoger unos ahorritos que teníamos guardados, y que al salir rápido se nos quedaron, para así volver a comenzar y enviar hojas de vida. No me voy a quedar con los brazos cruzados esperando”, señaló como frase final, resumiendo toda su historia, y la habilidad que posee para salir adelante en medio de las dificultades.