A pie desde Perú: la dura travesía que dos migrantes deberán repetir

Por las vías de Pamplona se ven caminantes venezolanos en ambos sentidos. El flujo migratorio no se detiene. | Por: CORTESÍA RED HUMANITARIA

Dos mujeres venezolanas, que se demoraron mes y medio retornando a pie desde Perú hasta Cúcuta, en la frontera con Venezuela, no tuvieron otra opción que recoger sus pasos y acaban de iniciar de nuevo la caminata de más de 3.600 kilómetros hasta el país de los incas.

En Lima, a donde llegaron huyendo de su país hace cerca de dos años, perdieron sus trabajos informales por la pandemia y fueron desalojadas de donde vivían. La situación se les puso difícil, como a la mayoría de los migrantes venezolanos por el mundo. Entonces decidieron volver a Venezuela caminando, porque no contaban con recursos para pagar pasajes en transporte público. 

Al llegar a Cúcuta, a pocos pasos de territorio venezolano y cuando la esperanza de ver a sus familiares brillaba más que nunca, el represamiento de migrantes a un costado del puente internacional Simón Bolívar, la presunta corrupción en venta de cupos para cruzar la frontera y las restricciones de las autoridades migratorias venezolanas opacaron el sueño. 

“Estaba muy difícil el paso fronterizo, no nos dejaron pasar, había mucha gente, tuvimos que vender todas nuestras pertenencias,  teléfonos y la ropa para poder comer y sobrevivir”, narró una de las venezolanas en un video, a su paso por las vías de Pamplona, en Norte de Santander. 

Ambas mujeres permanecieron tres semanas a la intemperie en el sector La Parada, de Cúcuta, aguardando su ingreso al Centro de Atención Sanitaria de Tienditas, un campamento de Acnur donde  son llevados los migrantes en grupos de 350 para esperar el turno de ingreso al estado Táchira, en Venezuela. 

Como el paso a su país demoraba tantos días, estas migrantes intentaron pasar por una de las trochas que hay aledañas al puente internacional, pero los grupos armados irregulares asentados allí no les permitieron cruzar.  “Eran guerrilleros, lo sabemos porque no estaban uniformados pero sí estaban armados, ellos no nos dejaron pasar. Yo quería ir a Venezuela a ver a mi hija y no pude, tengo dos años que no la veo”, dijo la venezolana. 

Durante el tiempo que estuvieron a escasos metros de pisar de nuevo su tierra, pasaron mucha necesidad, se mojaron con los aguaceros repentinos, aguantaron hambre. Algunos hicieron cambuches con bolsas plásticas negras y cartones para protegerse del sol. 

Los voluntarios de la Fundación Nueva Ilusión, en Los Patios, a las afueras de Cúcuta, atienden a diario entre 30 y 50 de esos migrantes que esperan en La Parada. “Hacen esa larga caminata por un bocado de comida al día, en su mayoría son los hombres que vienen a buscar almuerzos para llevarles a las mujeres y a los niños que están allá esperando”, detalló Vanessa Apitz, miembro de Nueva Ilusión.  

Las dos caminantes venezolanas continúan el relato de su historia con desaliento. No pudieron pasar a Venezuela, según ellas, porque la policía les estaba cobrando 150 mil pesos por un brazalete: el pase que les garantizaba un techo, comida y un poco de comodidad en el campamento humanitario de Tienditas. 

Con la voz casi quebrada por todo lo que les ha tocado padecer ruegan ayuda para todos los venezolanos que como ellas van caminando por las vías de Colombia. “Solo pedimos que nos apoyen, que alguien nos dé una esperanza de vida. Necesitamos ver a nuestros familiares, yo tengo dos años que no veo a mis hijos”, se lamenta una de las mujeres.

Para protegerse de la covid-19 apenas usan tapabocas de tela y se aferran a la caridad de los samaritanos que se encuentren por el camino. La zozobra les pesa aún más que las pertenencias que perdieron en sus maletas.

“Solo pedimos que nos apoyen, que alguien nos dé una esperanza de vida. Necesitamos ver a nuestros familiares, yo tengo dos años que no veo a mis hijos”, dice una de las mujeres.

Por: Milagros Palomares @milapalomares