Experimentado y lleno de energía, Francisco Javier Castillo Moreno es un músico venezolano que vive en Cali. Si bien su pasión es la música llanera, para este gestor cultural hay una motivación más grande: la docencia. Este artista de 42 años pasó de tocar música en los buses a crear el Proyecto Música Sin Fronteras para enseñar los ritmos de su país a aquellos futuros músicos venezolanos que hoy no tienen escuela.
Con su cuatro llanero al hombro y unas cuantas maletas en la mano, Francisco salió de su país hacia Colombia en agosto de 2018. Durante meses, fue su fiel instrumento —parecido a la guitarra y declarado patrimonio cultural de Venezuela— el que le permitió ganarse la vida interpretando joropos en los buses que recorrían las calles de Cali.
Los conductores nunca impidieron que mostrara su arte, que no era solo cantar.“Era la oportunidad de enseñar a los colombianos la música llanera y cómo eso nos une como pueblos”, dice él. Por cada canción, había una enseñanza: su amor por la docencia no se había ido.
Por más de 20 años, Francisco Castillo fue profesor de música en su natal estado de Aragua. Tuvo la oportunidad de enseñar en institutos y colegios rurales, e incluso trabajó con el Gobierno en varios proyectos culturales.
Expulsado de su país por razones económicas y radicado ya en la capital del Valle del Cauca, en el suroccidente de Colombia, su alma de maestro hacía que en su mente siempre rondara la misma pregunta: “¿Qué pasará con aquellos futuros músicos venezolanos que salen de mi país?”
Con esa preocupación tan propia de quien ama enseñar, en mayo de 2019 creó el proyecto Música Sin Fronteras. Con el apoyo de la Pastoral Migrante de Cali, la idea nació para crear un proceso de enseñanza con los niños migrantes y evitar que pierdan la conexión con su nación y con una de sus más grandes tradiciones culturales: la música llanera.
Diego Mejía, uno de los cinco estudiantes que están hoy en el proyecto, recuerda su primera presentación en un comedor de la Pastoral Migrante de Cali, en diciembre de 2019. Era una novena de aguinaldos y el saxofonista de 17 años no podía creer la emoción de sus connacionales cuando empezaron a interpretar la canción Venezuela, considerada un “himno” para los venezolanos.
“No se me va a olvidar como, mientras tocábamos la canción, los venezolanos lloraban de nostalgia por su tierra”, dice Diego en una reflexión sobre el poder de la música para tocar el corazón de todos, sin importar nacionalidad, raza o sexo.
La falta de recursos ha impedido que Germany, Jesús y Valery tengan instrumentos para practicar e interpretar con el grupo. Estos jóvenes de 18, 15 y 12 años son hijos de Yolimar Lezema, quien a pesar de la falta de dinero no ha permitido que sus hijos dejen de asistir a las clases un solo día. Su sueño es que ellos lleguen a convertirse en músicos profesionales.
«Estos chicos y su música generan un efecto en las personas, en especial cuando el público son otros venezolanos. Generan una empatía e inspiran a los demás a aprender música»
Francisco Castillo, creador del proyecto música sin fronteras
Pero Yolimar sabe que lograr ese sueño requiere una práctica constante, algo que no había sido posible debido a la falta de los violines, el instrumento predilecto de sus hijos. La premura con que dejaron Venezuela en agosto de 2019 no les permitió empacarlos y tuvieron que dejarlos en su casa de Los Teques, en el estado de Miranda.
Para resolver esa limitación, Francisco logró que la Pastoral Social les prestara instrumentos y donara uno más. Hoy, su segundo mayor reto es encontrar una sede para que el proyecto siga creciendo. “Esto es algo que yo hago porque me nace del corazón. No pertenezco a ninguna organización y eso hace que sea más difícil este tipo de tareas”, dice sobre el hecho de no recibir ningún pago por esta labor.
Ahora que las restricciones a la movilidad para contener la propagación del coronavirus han empezado a ceder, los ensayos y las presentaciones también regresaron: el próximo 3 de octubre participarán en el concierto virtual “En Clave”, en el que darán a conocer piezas de música venezolana. Además, planean el ingreso de menores colombianos a la orquesta y la realización de una canción inédita contra la xenofobia.
“El camino es largo, pero yo espero que algún día la fundación se convierta en un espacio para la integración entre venezolanos y colombianos”, concluye Francisco.
Por: Daniel José Galvis @danielgalvisj