Cuando un barrio entero está en medio de una investigación por homicidio, el silencio es ley. Y en el Divino Niño, en las faldas de Ciudad Bolívar (Bogotá), donde el 26 de octubre ocurrió un linchamiento fatal, nadie vio nada. Al preguntar, casualmente, ningún vecino estuvo ahí ese día, a pesar de que quedaron como testigos los videos que circularon en redes sociales, el anuncio de toque de queda, la presencia de la Policía y la inusual visita de algunos periodistas.
Las noticias, y especialmente los videos que se regaron como pólvora en internet, mostraron apenas una parte de la historia: una turba enfurecida atacó con patadas, piedras y hasta machetes a un grupo de venezolanos a quienes acusaban de “robaniños”.Una persona murió y seis resultaron heridas; dos venezolanos y cuatro policías. Los titulares en los medios hablaban de otro caso más de “justicia a mano propia”, y lo atribuían a una cadena falsa de WhatsApp que desencadenó la tragedia.
Diez días después, se conoció la identidad de la víctima fatal: Maikel Eduardo Mares Mabello, tenía 30 años y era un colombiano que había regresado de Venezuela. Aunque la noticia se difundió en medios nacionales, ninguna de las versiones aclaró la cronología total de los hechos, ni se conocieron detalles de cómo se preparó el ‘coctel’ qué desató la violencia sin proporción en un día cualquiera en Ciudad Bolívar. Crimen de odio o malentendido, casi dos meses después del linchamiento, accedimos a versiones y detalles que añaden fichas al rompecabezas y que sirven para reconstruir, en parte, la anatomía de una tragedia:
El preámbulo
La noticia de la asonada en Ciudad Bolívar se conoció primero por los impactantes videos que algunos vecinos grabaron con sus teléfonos. Mostraban distintos ángulos y cada uno contaba momentos diferentes del ataque. En casi todos la víctima era la misma: un hombre joven de pantaloneta azul, chaqueta blanca y tenis oscuros. En algunos vídeos se veía cómo le lanzaban decenas de piedras y ladrillos, en otros solo se ve a un hombre tirado en el suelo y cubierto de sangre, que se protege la cabeza mientras varios policías intentan defenderlo sin éxito.
Aunque se tomó como la versión más lógica, el protagonista de los videos no fue la víctima fatal del linchamiento. Quien aparece en ambos videos es Luis* y es venezolano. Llegó hace un año y cinco meses desde Caracas, tiene 21 años y es uno de los sobrevivientes. Ese día, la agresión de la multitud le dejó una fractura de tórax, de nariz, de un brazo y de los dedos de la mano derecha; perdió dos dientes, lo apuñalaron en la pierna izquierda y tuvo heridas en la cabeza. Pasó cinco días en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital de Meissen, el centro de salud más cercano.
“Aquí en Bogotá el muerto soy yo”, nos dice desde una cafetería al frente de la salida de urgencias del hospital, una semana después de que le dieron de alta. Seguía caminando con dificultad y llevaba algunas heridas abiertas.
Para él, todo empezó ese día a las 10 de la mañana: “bajé a comprar un queso con mi hijastra. Cuando ya voy subiendo de comprar el queso, alguien me dice: ‘oiga, vea lo que están haciendo sus paisanos’. Y yo le pregunto: ‘¿qué están haciendo?’. Y nos pusimos a leer una hoja que nos entregó que decía que los venezolanos estaban robando niños”.
Lo que pasó antes de eso y que desencadenó los rumores sobre los “venezolanos robaniños” todavía es confuso. Solo hay dos cosas claras: primero, los vecinos del barrio estaban prevenidos por una cadena falsa en redes sociales que alertaba sobre el supuesto robo de niños en Ciudad Bolívar; y segundo, hubo un incidente esa mañana entre un venezolano y un vecino de Divino Niño que aumentó el malestar.
Las cadenas sobre “robaniños” que llegaron por Facebook y Whatsapp no sólo alertaron en Ciudad Bolívar, también en Kennedy, Bosa, Usme y otras localidades de Bogotá. “Atendimos otros casos esos días sobre supuestos secuestradores de niños a las afueras de los colegios, y cuando preguntábamos nos decíana ´me lo contó una amiga’ o ´lo escuché en el barrio´, y se desvirtuaba todo”, cuenta el Coronel Libio Castillo, comandante de la localidad de Ciudad Bolívar.
Desde la Alcaldía de Bogotá explican que estas cadenas falsas suelen circular especialmente cuando se acerca Halloween. “Son falsas porque no tenemos ni una denuncia de un ciudadano de la localidad Ciudad Bolívar que se haya acercado a la autoridad a denunciar que su niño fue robado”, explica el vocero de la Secretaría Distrital de Seguridad, Camilo Restrepo.
Sobre el altercado, la versión de la Policía es que, a las 6:30 de la mañana, un hombre que iba caminando por la calle con su hija se asustó al ver que un grupo de jóvenes que estaba consumiendo marihuana, entre esos José Ángel Molina —un venezolano de 23 años—, se cambió a la acera por la que él y la menor transitaban. Gritó que lo querían robar y algunos vecinos salieron desde una panadería a defenderlo de los supuestos ladrones. “Ahí lo empiezan a golpear y a corretear, y a un vecino se le ocurre decir que querían robarle a la niña”, cuenta el coronel. Molina logra escaparse por un potrero y se allí se encuentra con una patrulla de la Policía que lo detiene por consumir estupefacientes en un sitio público.
Así nos contó Molina lo que pasó esa mañana:
«De un momento a otro salieron un poco de vecinas diciendo ‘agárrenlo, ese es el veneco que está robando los niños. Empieza a salir gente detrás mío, a correr con palos, piedras, botellas, de todo. Y yo corriendo por mi vida, madre, yo corría y corría hasta que me monté en un cerro y me tiré de la loma para abajo. Ahí me encontré con los policías y yo me entregué. Les dije que yo no estaba haciendo nada malo, que tengo mi vicio, fumo mi marihuana. ‘Me están acusando de algo y yo soy inocente, ayúdeme’, les dije. Me sacaron de ahí y me llevaron para el CAI».
Mientras la Policía lo sacaba del lugar, algunos vecinos le tomaron fotos a Molina. Lo trasladaron al Comando de Atención Inmediata (CAI) de Lucero. Esta parte de la historia es crucial para entender el posterior desenlace. Precisamente fueron estas fotos las que aparecen en el cartel de los “venezolanos robaniños”, aviso que pegaron en una tienda del barrio y que luego conoció el mismo Luis cuando un vecino se lo envió.
Un vecino del Divino Niño tomó estas fotos cuando la policía trasladaba a José Ángel Molina a un CAI. Después las usaron en un cartel donde lo acusaban de robar niños.
“Que nos iban a sacar por robaniños”, recuerda Luis. “Hermano, pero por qué hablas así si tú me conoces, tú sabes que yo vivo ahí hace cuatro meses con mi hijo”, les decía a los demás vecinos que estaban en la tienda. Al notar que la tensión aumentaba, decidió subir a su casa, en la loma, para contarles a su esposa y a sus otros compañeros lo que estaba pasando. “Eso hay que arreglarlo de una vez, porque el tipo dijo que le iba a decir a toda la comunidad lo que estaba pasando. Tenemos que hablar de eso, porque no vaya a ser que nos pase algo aquí por esas cosas”, les pidió.
Luis, Maikel y varios compañeros decidieron bajar a la tienda para reclamar por los carteles. “Empezó a llegar bastante gente. De pronto pasó el policía del cuadrante. Nosotros hablamos con él, ‘patrón está pasando esto y esto’, y el señor nos dijo ´quédense tranquilos, mijo, que yo voy a soltar a su compañero, él no estaba haciendo nada. No se preocupen’”.
Dice que apenas el policía se fue, comenzó la violencia. “Nosotros nos subimos otra vez a la loma, estábamos arriba, cuando de repente ellos vienen también. Yo, hermano, vámonos, vámonos, vámonos que nos van a linchar. Tenían machete, cuchillo, palos, piedra. Nos van a matar”.
Lo que no muestran los videos
“Y entonces nosotros arrancamos a correr, porque si usted ve una multitud de gente con machetes, pana, usted cómo no va a correr. Mi primo no podía correr porque tenía una pierna mala y a él fue al que agarraron primero”, cuenta Carlos*, primo de Maikel, la única persona que murió.
El que no podía correr era Maikel, debido a un accidente que tuvo cuando era pequeño. Tenía una discapacidad en su pierna izquierda, por eso fue el primero al que alcanzó la turba. En los videos no quedó registrado qué pasó después. “El les decía: ‘hermanito, yo no soy, nosotros no somos los robaniños, cómo vamos a robar niños si tenemos nuestros hijos allá.’ Y de ahí ya no supe más nada de él”, recuerda Carlos, él también corrió montaña arriba para proteger su vida.
A Maikel lo mataron. Y aunque la mayoría de medios registró la noticia como “el linchamiento de un venezolano” en Ciudad Bolívar, lo cierto es que Maikel era en realidad un colombiano retornado.
La vida sigue
De Maikel se supo poco, además de una foto de documento que salió en los noticieros. Aunque muchos olvidaron su cara, Jenny*, su esposa, lo recuerda a diario. Llegaron hace dos años a Colombia desde los Teques, capital del Estado de Miranda. En Venezuela, Maikel trabajaba en las obras del metro, pero, como miles, decidió emigrar a Colombia cuando la crisis empezó a arreciar.
En Bogotá trabajó como mecánico y después de unos meses logró ahorrar lo suficiente para comprar un carrito de perros calientes que instaló en una esquina del Siete de Agosto, en Barrios Unidos. Jenny trabajaba en un restaurante y en julio, después de dos años y cuando por fin tenían un poco de estabilidad, pudieron traer a su pequeño hijo a Colombia.
Después de dos años, Maikel y su esposa pudieron traer a su hijo a Bogotá desde Venezuela.
Jenny y Maikel no vivían en el Divino Niño, a pesar de que así quedó registrado en algunas noticias. Hace unos meses se habían mudado Lucero, otro barrio en Ciudad Bolívar, pero justo ese día Maikel había ido a visitar a sus antiguos vecinos. “Fue hasta allá a recoger una plata que me habían mandado y a encontrarse con Luis, su compadre”, cuenta Jenny. “Yo me quedé en mi casa esperándolo. Hablé con él como hasta la una de la tarde y me dijo que estaban diciendo que unos venezolanos robaban niños. Después no volví a saber nada más de él”.
Maikel ingresó sin signos vitales al hospital y murió por dos heridas con arma blanca, una puñalada en el pecho y otra en la frente. “Cuando llegué me enseñaron la foto del muerto y era él”, recuerda Jenny.
Para ella no hay explicación de lo que sucedió. “Nunca imaginé esto porque él no andaba en malos pasos. Siempre evitaba cualquier problema”, dice sin entrar en detalles. No quiere hablar. Después de la muerte de Maikel ella perdió su trabajo en el restaurante y su hijo, al igual que los otros cuatro niños que dejó Maikel en Venezuela, se quedó sin su papá.
Resume su tragedia con una sola frase: “Me quedé sola”.
Las otras víctimas
Ciudad Bolívar es una zona atractiva para los migrantes venezolanos en Bogotá, como lo fue durante muchos años para los desplazados que llegaban a la capital desde distintas regiones del país. El bajo costo de los arriendos, los servicios públicos y el costo de vida, en general, se ajusta al bolsillo de muchos de los recién llegados.
Por eso Luis, el protagonista de los vídeos, terminó viviendo allí hace cuatro meses. Llegó a Colombia en julio del 2017 con María*, su pareja. Él trabajaba en un lavadero de carros y ella en una panadería, vivían en un cuarto en Chapinero. Cuando ambos perdieron su trabajo, llegaron al Divino Niño en busca de un lugar más barato para vivir.
Después de Usme, Ciudad Bolívar es la segunda localidad más pobre de Bogotá. ©Miguel Galezzo | Proyecto Migración Venezuela
Desde luego, no eran los únicos venezolanos del barrio. Por lo menos en cuatro casas más de esa misma cuadra les alquilaron apartamentos o cuartos a migrantes de Venezuela. Tampoco era una situación extraña para los vecinos tradicionales de la zona.“Aquí estamos acostumbrados a que las personas de afuera vengan, hace unos años eran los desplazados, porque en Ciudad Bolívar hay muchos beneficios para la gente que llega”, cuenta Isabel Sandoval, que vive hace 40 años en Casa de Teja, el barrio vecino del Divino Niño. “No sólo es barato, por ser de afuera les dan mercados, desayunos, hay albergues e incluso hay censos para darles atención prioritaria”, agrega.
LOS DATOS
Ciudad Bolívar es la tercera localidad más grande en superficie de Bogotá y tiene 748.012 habitantes. Es decir, el 9,1 % del total de habitantes de Bogotá. De esos, el 8,9 % está en condiciones de pobreza y el 73 % está inscrito en el Sistema de Identificación de Potenciales Beneficiarios de Programas Sociales (SISBEN).
Luis y María se hicieron buenos amigos de otros venezolanos del barrio al punto de tratarse como familia en muy poco tiempo. En Colombia, su nacionalidad los unía. Irónicamente, eso que tenían en común fue lo que al final los puso en peligro.
Minutos antes de que intentaron linchar a Luis y a sus amigos, los vecinos del Divino Niño saquearon tres casas donde vivían venezolanos. “Primero fueron por nosotros y empezaron a señalar dónde vivíamos”, recuerda María. “Partieron el vidrio, se metieron al cuarto, me sacaron las cosas… Empezaron a sacar todo, los televisores, los zapatos, la ropa, todo eso”.
«Lo primero que hice fue sacar al bebé. Salir, claro. Qué iba a hacer con tanta gente. Me vine para el Meissen, para el hospital. Al bebé lo agarró una muchacha que se lo llevó para su casa y yo si me bajé. Pero él estaba asustado, escuchó todo, vio todo».
Al verse en la calle, algunos venezolanos intentaron conseguir un lugar seguro por miedo a nuevos ataques. Los alrededores del Hospital de Meissen se convirtieron en el hogar de hombres, mujeres y niños venezolanos que durmieron en los andenes durante una semana.
“Decían que si nosotros matábamos a sus hijos, ellos iban a matar a todos los niños venezolanos que estuvieran ahí. Y entraron a las casas, echaron a perder todo y nos dejaron sin nada. Así como estamos vestidos nos dejaron”, recuerda alterado José Ángel, sentado en el piso a las afueras del hospital. Se quedaron sin casa, sin ropa y, lo más importante para ellos, sin papeles.
A la izquierda, la primera casa que saquearon en el barrio Divino Niño durante el linchamiento. A la derecha, la loma por la que Maikel, Luis y otros venezolanos intentaron huír cuando los empezó a perseguir la multitud. ©Miguel Galezzo | Proyecto Migración Venezuela
Ahí estaban. Temblando del frío y preparándose para otra noche fría en la calle mientras nos contaban su historia. La narración se interrumpió cuando otro venezolano con quien compartían el improvisado refugio llegó corriendo y gritando porque le acaban de robar el celular.
“¿Viste? Y después que somos los venezolanos. Somos los venezolanos los que hacemos mal las cosas, los que robamos, somos nosotros. ¿Y él cómo se compró ese teléfono? Pues trabajando. Ah pero no, nosotros somos los venezolanos, los robaniños”, sentenció.
La explicación que quedó pendiente
Los videos que registraron el ataque muestran los extremos a los que puede llegar una comunidad cuando se siente amenazada. “Nosotros hicimos un llamado para que la comunidad no tome la justicia por sus manos, ese es el elemento grave ahí. Unos pensando que eran venezolanos, otros pensando que habían sindicado a uno de ellos de ser ladrón de niños y por eso lo cogen a golpes” dijo el vocero de la Secretaría.
Lo cierto es que lo que pasó en Ciudad Bolívar es el resultado de una serie de circunstancias que hoy flotan en el ambiente de centenares de barrios en Colombia: intolerancia, desinformación, violencia, desigualdad y desconfianza. Esta vez, el ingrediente adicional fue la xenofobia.
“La gente aquí vive muy prevenida, desde siempre. La inseguridad ha sido un problema constante del barrio”, recuerda Isabel. Pero inmediatamente afirma: “Cada vez que llega alguien de afuera es más. Y no son todos los venezolanos, pero uno sabe que la gente viene a hacer maldades. Es lo que vemos en los noticieros todos los días, que roban, que atracan. Y tras de todo, el Estado los ayuda, pero uno sabe que en el país de uno también hay gente que necesita muchas cosas y van quedando en el olvido”.
Todavía quedan muchas preguntas por resolver. La primera: ¿quién responde por la muerte de Maikel. “Ya se recogieron las pruebas, se identificaron algunas personas que participaron del linchamiento y se vincularon al proceso. Ahora hay que establecer responsabilidades y después se les dará la sanción penal según lo determine la justicia”, fue lo único que dijo la Policía frente al tema. La investigación tomará tiempo, y mientras tanto no se conocerán más detalles sobre lo que sucedió realmente.
“Aquí en Ciudad Bolívar hay un gran asentamiento de venezolanos y el único incidente que hemos tenido ahí es ese. Fue circunstancial”, concluye el coronel comandante de la localidad. ¿Cómo evitar que algo así vuelva a pasar?
«Hay que pensar en respuesta para el venezolano y para el vecino colombiano que está al lado que lo tiene que acoger, que tiene que compartir la calle, que tiene que compartir todo».
La magnitud de esta migración —nunca antes vista en el país—, y la percepción de que está fuera de control, genera preocupación y miedo entre los colombianos. Los hechos del 26 de octubre son la prueba de que estos sentimientos no son inofensivos. “Yo creo que hace falta un reconocimiento de que lo que ocurrió si fue xenofobia, porque así reconocemos que algo está sucediendo”, explica Rocío Castañeda, vocera de la Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Y, aclara, hay que ir más allá: “pensar no sólo en los venezolanos, sino en las comunidades que los están acogiendo para que estas cosas no vuelvan a pasar”.
Por: Juliana Peña @Julianapg