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La comunidad del tejido: Putamente poderosas y putamente felices

En estos trozos de tela, trabajadoras sexuales migrantes venezolanas hicieron catarsis de las penurias vividas tras salir de su país. | Por: DAVID HERNÁNDEZ - SEMANA

Un grupo de mujeres venezolanas que ejerce el trabajo sexual encontró la fórmula para dejar atrás el dolor de la migración, para soñar con una vida más apacible y para reinventar sus límites; sus cómplices hacen parte de una organización que les enseñó a tejer una nueva existencia.

Medellín, 10 de la mañana. Se escucha el murmullo incesante de mujeres que celebran que hoy no es un día cualquiera porque asisten a su graduación de heroínas.

En medio de la algarabía exponen las piezas de “La comunidad del tejido”, un ejercicio que les permitió redescubrirse, gracias a la ayuda de Putamente Poderosas, una organización que trabaja por los derechos humanos de las trabajadoras sexuales y de sus familias.

Fueron ellas quienes convocaron a un grupo de mujeres migrantes para hacerles entender que valen en oro lo que pesan y que había que derribar las barreras que las alejaban del ejercicio de sus derechos, por cuenta de su forma de ganarse la vida.

Empezamos a trabajar con cooperación internacional y vimos la importancia de traer estas mujeres a nuestra comunidad, de poderles mostrar sus derechos, pero sobre todo empezar a hacer talleres y actividades que tuvieran ese espacio que hace mucho tiempo no tenían para ellas. Volver a casa un poco, eso es lo que nosotros intentamos con la Comunidad del Tejido”, explica Melissa Toro, directora de la fundación.

En medio de ese ejercicio de recuperar sus vidas, les enseñaron a las mujeres migrantes lo clave que iba a resultar apostar por sí mismas y les abrieron espacio para todo tipo de actividades.

Venga y le damos herramientas, habilidades para la vida; venga y permítase el tiempo de poder aprender y entender otros oficios porque la vida no le ha dado tiempo para estar; entonces hacemos hojas de vida, hacemos remisiones, las acercamos con proceso productivos que les puedan generar ingresos y las puedan conectar con esos mundos que ellas tienen. Nosotras hacemos algo y es devolverles el derecho a soñar”, sostiene Melissa.

La comunidad del tejido: Putamente poderosas y putamente felices
La comunidad del tejido: Putamente poderosas y putamente felices Un grupo de mujeres venezolanas que ejerce el trabajo sexual encontró la fórmula para dejar atrás el dolor de la migración, para soñar con una vida más apacible y para reinventar sus límites; sus cómplices hacen parte de una organización que les enseñó a tejer una nueva existencia.

A la hora del almuerza, mujeres migrantes y colombianas comparten y discuten sobre sus tejidos Foto David Hernández – Semana.

Una de esas actividades fue enfrentar el reto de tomar un trozo de tela y tejer en él todo aquello que podría relatar su pasado, y hacer una catarsis profunda del dolor que enfrentaron cuando tuvieron que salir de su país y llegar a pelear un lugar en tierra lejana como trabajadoras sexuales, en medio de un terreno fértil para la xenofobia.

Ellas bordaron el recorrido que hicieron desde Venezuela para llegar aquí, y nos contaban un poco si era un lugar de tránsito, si era un lugar al que querían pertenecer, si era un lugar donde querían construir proyecto de vida, y algo muy importante es que logramos sanar esas heridas del duelo migratorio”, explica Mariana Giraldo, coordinadora de proyectos de Putamente Poderosas.

Por eso cuando miran esos trozos de tela convertidos en una galería de sueños en obra negra, todos comprenden que se necesita mucha valentía para enfrentar lo que pasó y también para seguir abriendo caminos.

Sabemos que el tejido reconstruye, que el tejido sana; aparte de ser un tejido material es un tejido social que se está reconstruyendo, entonces no sólo ese círculo cercano a ellas se está reconstruyendo sino que se está sanando su propia vida; es un tejido catártico que aliviana el alma de tantas cargas y culpas que ellas mismas sienten”, dice Melissa con orgullo.

Pero, paralelamente, desarrollaron otro tejido interesante. Por decisión de sus mentoras, las mujeres compartieron la hora del almuerzo con otras trabajadoras sexuales colombianas, que también bordan su vida en los trozos de tela. Se miraron a los ojos, se contaron todo, comenzaron a compartir secretos y comida, y dejaron de ser rivales para convertirse en amigas.

Fue un acto glorioso asegura Mariana, porque “la comida es un acto que nos permite tejer conversación, pero nuestro objetivo final era tejer confianza entre ellas, destruir esas barreras que hay por la xenofobia”.

Y ahí van, con sus demonios exorcizados, con sus pesadillas bajo tierra, con sus temores archivados. Y ahí van, caminado orondas, putamente poderosas, pero, sobre todo, putamente felices.

Por: Mario Villalobos @maritovillalobo